miércoles, 24 de julio de 2019

TIEMPO LIBRE, VACACIONES Y ... TELÉFONO MOVIL

Si bien no todo es descanso, naturaleza y senderismo; debemos tener presente que en los últimos años se nos ha colado a casi todos un invitado sorpresa en nuestro dia a dia: el teléfono móvil. Aun estando en épocas de vacaciones cada vez hay mas gente que no concibe las mismas sin desconectar el móvil por aquello de "estar localizado". Los que lo utilizan sin embargo a diario en su trabajo si son mas cercanos a dejarlo apagado o dejarlo en el apartamento o en el hotel para poder desconectar mas aunque el hecho de que dentro del móvil tengamos la cámara de fotos convence a casi todos para portarlo en todo momento.

Lo que resulta curioso es el uso que hacemos del móvil, sobre todo en vacaciones. Practicamente nos limitamos a darle "caña" a la cámara de fotos para guardar en fotos y videos nuestros viajes, a consultar webs de noticias y, curiosamente, a mirar porno gratis videos en internet. Asi es, un reciente estudio indica que precisamente durante las vacaciones es cuando mas se incrementan las visitas a este tipo de sitios web desde los teléfonos móviles. 


Y ¿qué tipo de contenidos son los mas demandados? En este articulo del diario de Sevilla podemos descubrir que en Andalucia lo mas buscado por el usuario son las maduras españolas.  Parece claro que los videos de maduras xxx son el contenido estrella dentro de este sector de internet que siempre hace su agosto.

No debemos dejar de lado otro tipo de contenidos que siguen siendo buscados por los usuarios. Asi, por ejemplo, el público gay también crece mes a mes. Algunas de las categorias x gays mas demanadas por los usuarios son las conocidas por todos. Pero se afianzan en los gustos de los andaluces y los españoles en lineas generales.



Estamos a tiempo en cualquier caso de aprovechar para leer un buen libro y asi poder desconectar del todo y descansar la mente en estos necesarios dias de reposo y rélax. Y Andalucia es perfecta para esto por su gente, sus paisajes y su riqueza gastronómica.

lunes, 22 de julio de 2019

LAS AGUAS DESPEÑADAS DE LA PUERTA DE ANDALUCÍA

A pocos pasos de los límites del Parque Natural de Despeñaperros se guarece, entre las umbrías resecas de la naciente espina dorsal de Sierra Morena, un pequeño río de veneros manchegos y cauce andaluz, el Guarrizas. Sus aguas zigzaguean entre las fincas y huertas de la cercana localidad de Aldeaquemada, con la querencia del desnivel cedido por los montes tronzados que por aquí medran.

Una tierra fragmentada y agreste cincelada a golpes de erosión, que sorprende al forastero con una de las visiones más atractivas para cualquier amante de la naturaleza, un salto de agua de cuarenta metros de altura por donde el Guarrizas se despeña. Conocida como la Cascada de la Cimbarra, no cabe duda de que se trata uno de los del rincones más fastuosos de la provincia jiennense, por lo que la administración andaluza le otorgó protección con la figura de Paraje Natural.

Las lluvias invernales y las nevadas caídas los últimos días han convertido esta catarata en un lugar de ensueño. Encajada entre las cortaduras, la corriente del río olvida la horizontalidad ante la presencia de una falla compuesta por dos gigantescos escalones. La eterna rutina de las aguas golpeando el fondo del saltadero ha dado forma a una inmensa poza esmeralda de escarpadas paredes, aguas-de-andalucia-2conocida como Marmita del Gigante, que idealiza aún más la imagen de postal de la Cimbarra. Unos cientos de metros corriente abajo los peldaños del cauce dan lugar a otro grupo de pequeños saltos llamados las Cimbarrillas.

Para acceder hasta este paraje natural se toma un camino carretero que sale de Aldeaquemada, al lado justo de las escuelas. Tras un par de kilómetros paralelos al río, el sendero se empina hasta lo alto de una loma donde un cartel indicador señala la estrecha senda que entre jaras, brezos y chaparros lleva al mirador de la Plaza de Armas. Este oteadero, por encima de la cascada, tiene la mejor vista de todo el entorno, pero también se puede llegar hasta los pies de la marmita por otra senda que desciende hacia los restos de un antiguo molino, que aprovechaba la fuerza del agua para mover sus piedras.

En los alrededores de este rincón natural existe un valioso patrimonio cultural compuesto por más de 20 yacimientos de arte rupestre esquemático y levantino, como el de Tabla de Pochico, en el mismo cerro de la Cimbarra, o los de Monuera y Desesperada, que han sido recientemente declarados por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad.

En las próximas semanas del final de invierno y principios de la primavera se suceden los mejores momentos para visitar este espectacular salto de agua, mientras en el Guarrizas rebosan los líquidos de su cauce. En el Centro de Visitantes Puerta de Andalucía, en Santa Elena, y en el Centro de Interpretación del Patrimonio Natural, Histórico y Cultural del Parque Natural de Despeñaperros, en Aldeaquemada, se encuentra toda información necesaria sobre La Cimbarra y su entorno.

LA CAMPIÑA SUR MÁS MEDIEVAL

Ha surgido un cambio en el paisaje. La Campiña Sur cordobesa que me recibe, todavía no ha sido conquistada por el avance de los olivos como ocurre en las comarcas de alrededor. Me imagino que los nuevos olivareros tendrán claro la problemática ambiental y social de los monocultivos.

Esta es tierra de vinos de la Denominación de Origen Montilla-Moriles y las viñas se suceden por uno y otro lado de la carretera. Pero de los vinos y su mundo os hablaré mañana que me iré de vendimia, si es que queda algo que vendimiar. Hoy voy de capa y espada, con el yelmo bien ajustado en busca de princesas que rescatar por esos castillos de la Campiña medieval.

Parto temprano de casa de Doña Aldonza (de nominación muy medieva), apostada en un cruce de caminos entre las muy leales villas de Santaella y La Rambla, donde han tenido a bien darme alcoba esta noche y me han agasajado con las viandas de su cocina. Aunque el caballo que llevo es viejo y un poco malencarado está curtido en muchas batallas y su paso es firme camino del castillo de Santaella. En la plaza del pueblo atisbo la torre del homenaje y a juzgar por las ventanas creo que no hay nadie en casa. Pregunto a un caballero armado y con gorra, que debe ser de la guarnición local, y me cuenta que el castillo fue construido entre los siglos XIV y XV sobre una antigua fortaleza ibero-romana, pero que las disputas nobiliarias lo han dejado un poco ruinoso. Conserva en el interior del patio de armas los aljibes que dieron de beber a Don Gonzalo Fernández de Córdoba, el archifamoso Gran Capitán, cuando en su juventud moró en estos recintos fortificados. El paseo del Adarve o lo que queda de él, que en estos momentos está siendo restaurado para el mejor caminar de los viajeros que quieran por aquí curiosear, conserva parte de las murallas que defendían la villa y unas vistas excepcionales sobre las tierras cultivadas que protegía el castillo.

Satisfecho con la visita tomo rumbo norte hacia Montemayor donde me han informado que el castillo está habitado, aunque no me aseguran que la princesa este en casa. Tras un corto paseo de unas cuantas leguas remonto las últimas cuestas hasta los pies del castillo. ¡Que sorpresa! Esta enterito y en perfecto estado de conservación. Aunque es pequeño tiene de todo: torres, almenas, garitas, jardines, adarve, aljibes,… es una auténtica fortaleza feudal. Me cuentan que pertenece a la Duquesa de Frías y que no quiere ser rescatada, así que no permite las visitas de forasteros. Se le conoce como castillo de Martín Alonso de Córdoba, por ser él quién lo construyó en el siglo XIV saqueando los materiales de la antigua fortaleza musulmana de Dos Hermanas que había destruido con anterioridad. Sus tres torres, la del Homenaje, la Mocha y la de las Palomas resaltan por encima de la villa de Montemayor, un pueblo-fortaleza surgido alrededor de su castillo.

La primera media mañana ha llovido a ratos, pero los cielos se abren al llegar a Montilla y los sonidos que oigo no son de la tormenta lejana, es la hora de la pitanza y mis tripas lo saben. Tras una, dos, tres y hasta cuatro vueltas busco desesperado un lugar donde comer. Motilla es el pueblo más grande de la comarca, pero tiene pocos restaurantes y todos están cerrados, los unos por el final de la Fiesta de la Vendimia y los otros por ser lunes (mal día el lunes para casi todo). Por fin en una taberna encuentro salmorejo y huevos revueltos, que no están nada mal.

Tras el receso gastronómico camino sin pérdida por el centro de la villa hacia lo más alto, lugar donde se emplaza el castillo por esa vieja costumbre de la rancia nobleza de poner su morada donde mejor corra el aire. Dicen que en esta fortaleza nació Gonzalo Fernández de Córdoba, el mismo que pasó su juventud en Santaella. Pero, ¡Oh sorpresa!, cuando llego a al puerta del recinto escucho tronar máquinas y camiones. Todo el emplazamiento está en obras y un enorme cartel en la puerta prohibe la entrada a la obra. Ni siquiera me admiten el yelmo como casco reglamentario para pasar un poco.

Al no ver ni torres ni almenas hago unas locuaces preguntas a la jefa de obra y averiguo que en el lugar de la vieja fortaleza se construyeron unos graneros en el siglo XVIII. ¡Si el Gran Capitán levantara la cabeza! Cabizbajo doy una vuelta por los alrededores y me encuentro con la iglesia de San Agustín y el convento de Santa Clara, que son muy interesantes a pesar de que los cenobios religiosos me tiran menos.

En Monturque sobrevive la torre del Homenaje de lo que fue un castillo roquero alzado en la cima de un monte. Alrededor creció con el tiempo el pueblo blanco y estrecho que hoy cuida de la torre entre sus impolutas calles y plazas. Las crónicas históricas ya hablan de una alcazaba árabe en este mismo lugar, conquistada por Fernando III el Santo para la corona de Castilla en el año 1240. También cuentan que allá por el 1333 Gonzalo Yáñez de Aguilar era señor del castillo y que desde aquí guerreaba contra los cristianos puesto al servicio del rey de Granada. En todos los tiempos ha habido tránsfugas.

La joya del pueblo la he descubierto sin querer muy cerca de la torre, en el mismo cementerio del pueblo. Otro día os hablaré de mi afición por los cementerios. Se trata de unas Cisternas Romanas declaradas por votación popular entre las siete maravillas de la provincia de Córdoba. Solo permiten visitas por la mañana, así que tendré que volver otro día.

En Moriles ni siquiera encuentro el castillo. Sospecho que no debe quedar mucho de él.
Mi último destino es el castillo de Anzur, situado en lo alto de un olivar muy cerca de Puente Genil. Con las últimas luces de la tarde llego a las cercanías de la fortaleza y la encuentro también en obras, rodeada de andamios. Vaya chasco, porque tenía una foto preciosa asomando por encima de los olivos mientras se apagaban las últimas luces del cielo.
Esta tierra de frontera es pródiga en castillos medievales y cuando terminen sus obras de restauración se convertirá en una de las rutas más bellas de la comarca.

CAÑÓN DEL RÍO VERDE, EL LUGAR EN DONDE DEBERÍAS ESTAR

Llevo varios años escuchando hablar sobre los juegos de friv, también sobre este río Verde granadino y de la impresionante ruta que lo persigue desde lo alto de sus nacederos hasta el paraje conocido como “Junta de los Ríos”. Aunque según me cuentan el nombre Verde no lo adquiere hasta pasada la unión de tajos y aguas donde confluyen el barranco de las Chorreras con el de la Topera. Pero antes que eso, ya se han sumado a ese espectacular corte un rosario de abruptas grietas impenetrables, como las de Chortales, del Pito, del Gitano, Cabrerizas, Madroñales y unas cuantas más de menor entidad, que van aportando sus líquidos y sus perfiles infernales para dar entidad a los paisajes más bellos y desgarrados de la sierra de Almijara.


Falta más de una hora para que amanezca, mis huesos intentan torpemente adquirir la verticalidad con la intención de ponerse en camino hasta el punto de encuentro, pero se resisten a obedecer las órdenes. Lo peor no es ponerse en marcha sino saber que no habrá desayuno, porque mi persona no es persona hasta que no se ha chutado su dosis de café y pan con aceite. Anoche cuando el dueño de la encantadora hospederLlevo varios años escuchando hablar sobre los juegos de friv, también sobre este río Verde granadino y de la impresionante ruta que lo persigue desde lo alto de sus nacederos hasta el paraje conocido como “Junta de los Ríos”. Aunque según me cuentan el nombre Verde no lo adquiere hasta pasada la unión de tajos y aguas donde confluyen el barranco de las Chorreras con el de la Topera. Pero antes que eso, ya se han sumado a ese espectacular corte un rosario de abruptas grietas impenetrables, como las de Chortales, del Pito, del Gitano, Cabrerizas, Madroñales y unas cuantas más de menor entidad, que van aportando sus líquidos y sus perfiles infernales para dar entidad a los paisajes más bellos y desgarrados de la sierra de Almijara. Falta más de una hora para que amanezca, mis huesos intentan torpemente adquirir la verticalidad con la intención de ponerse en camino hasta el punto de encuentro, pero se resisten a obedecer las órdenes. Lo peor no es ponerse en marcha sino saber que no habrá desayuno, porque mi persona no es persona hasta que no se ha chutado su dosis de café y pan con aceite. Anoche cuando el dueño de la encantadora hospedería de La Casa de Lino me preguntó amablemente que a qué hora iba a desayunar, noté como le cambiaba el color al responder que a las seis y media. Menos mal que estuve al quite y enseguida añadí que no hacía falta juegos de kizi que se levantara que ya tomaría algo de camino a la sierra, porque sus ojos empezaban a blanquearse y temí lo peor. La respuesta fue tan efectiva que acabamos tomando unas cervezas mano a mano.

Pero la miga del asunto es otra y mi madrugón es el producto de haber quedado para poner los caminos de la sierra de Almijara con dos tipos entrañables, dos Antonios, uno conocido por el apodo de “El Patillas” que dice que trabaja para el GDR de la comarca, y me lo creo, pero si me dice que es primo de “El Tempranillo” también me lo creo; y el otro, conocido en la sierra como “El hombre tranquilo”, experto rastreador y cazador de cabras monteses y en sus ratos libres policía local de Otívar. Tras las presentaciones en la plaza del pueblo y las inevitables miradas recelosas (tener en cuenta que vamos a pasar un montón de horas juntos trasegando por un sendero de alta dificultad, con zonas peligrosas y la incógnita de como responderá cada uno en un caso de emergencia) pasamos al bar y empiezo a notarme más persona con los primeros sorbos de café.

Ayer hizo un día de perros en la zona, el viento sopló con todas sus ganas como hacía años que no soplaba, y no lo digo yo, lo dicen los del lugar. Y hoy parece que el día va a ser más de lo mismo porque mientras subimos por la carretera de La Cabra, mote de la GR-S02, el viento no para de azotar y los nubarrones negros no se despegan de las cumbreras de la sierra, a lo mejor hasta llueve. En el punto kilométrico 31,5 un apartadero para los coches indica el inicio de la ruta. Mientras vemos alejarse el vehículo que nos ha traído observo con preocupación como Antonio, nuestro guía rastreador, se enfunda dos forros polares y saca unos guantes; me temo que he venido un poco ligero de ropa. Bueno, siempre puedo decir como los de Bilbao, que yo hasta que no caen las primeras nevadas no me pongo la manga larga.

Pertrechados unos mejor que otros comenzamos a caminar por el sendero de la ruta del Pescado que faldea el cerro Martos en busca del barranco de los Chortales. Cuenta Antonio que por aquí subieron hasta los años 50 del siglo XX, desde Almuñecar y camino de Granada, los contrabandistas de pescado descalzos y cargados con capazos de esparto. Un terreno arisco y descarnado se abre por todos lados, con abruptas cancharreras, pedrizales y barranqueras donde medra una pobre vegetación arbustiva de romeros, lentiscos y aulagas. Algunos pinos solitarios y los tocones calcinados de otros dejan ver lo que fue la vegetación dominante de la sierra hasta hace una treintena de años, cuando se quemaron más de doce mil hectáreas de bosques que nunca se han llegado a recuperar. Un mirador natural sobre la proa de un prominente cancho nos deja ver la primera visión del río de las Chorreras y los tajos fluviales que por uno y otro lado engordan el cauce de sus aguas. El paisaje es abrumador a pesar de la tenue luz que nos dejan las panzas de burro que atenazan nuestras cabezas. Como el espinazo aserrado de un dragón las crestas de las lomas serranas se suceden en filas, dando sentido a los desfiladeros imposibles que dirigen sus quebradas hacia la gran olla del río Verde y su intersección más reconocida en la Junta de los Ríos.

El primer encuentro con las aguas del río nos sorprende tras un pronunciado descenso que conduce hacia la “Chorrera de los Árboles Petrificados”, una cascada sobre piedra caliza en la que han quedado empotrados varios troncos de pino que se han petrificado por el efecto de los limos calizos que arrastran las aguas. Antiguamente se bajaban los troncos de las cortas por el cauce del río y al llegar a este salto de agua algunos se quedaron encajados entre las grietas de la roca; el tiempo y sus efectos hicieron el resto. El descenso acumula los barrancos y sus aguas en un cada vez más caudaloso río de las Chorreras, convertido desde el encuentro de la Rambla Funes con el arroyo Madroñales en el paraíso del barranquismo andaluz. En este punto comienza el descenso barranquista más espectacular de Andalucía, con saltos de agua, pozas, cascadas y pasos encajados que hacen las delicias de los aficionados a este deporte. Como se nos ha olvidado el traje de neopreno y el día no está para meter los pies en el agua, decidimos seguir la senda que camina por la ladera contraria faldeando el cerro del Gitano hasta los puentes colgantes.

La cañada de La Adelfa será el paso que nos lleve desde las medianías del monte calé hasta las riberas del río y el gigantesco abrigo de la Cueva de los Parrizales. A partir de aquí la senda salta de un lado a otro del río a través de puentes colgantes sucediéndose las pozas y remansos de agua más fascinantes del cauce fluvial. Con un poco más de calor hubiéramos ido saltando de charcón en charcón como truchas, pero el día no está para tanto. La Junta de los Ríos aparece ante nosotros tras el último de los puentes colgantes, que vemos pero no pisamos porque está arrancado desde las riadas de hace un par de meses. Pero esa no fue la peor riada de los últimos tiempos, porque el paraje de la Junta de los Ríos ya no es un remanso en el que proliferan los domingueros los fines de semana a comerse la tortilla y mojarse los pies. Las riadas de hace dos años se llevaron las playas fluviales, las pozas, las riberas tapizadas de hierba y la tranquilidad de un rincón idílico. El lugar a quedado convertido en una cárcava descarnada de varios metros de profundidad sin posibilidad de paso hacia el lado contrario de las aguas, por lo que nos vemos obligados a tomar una decisión drástica.

Tras cinco horas de caminar juntos, compartir el bocadillo y la cerveza, y contarnos aventuras, unas más exageradas que otras, decidimos dar el paso definitivo que une a los hombres para siempre: quedarnos en calzoncillos. Que conste que no había otra manera de cruzar el río sin que se mojara la ropa. El resto del camino transcurre ya por una pista forestal que desciende el río Verde por los predios de la finca de Cázulas hasta aparecer de nuevo en la carretera de La Cabra. Una taquilla y una verja en el encuentro con la carretera nos avisa de que estamos en una finca privada y el paso por ella nos cuesta cinco euros por persona.

En este punto uno se acuerda de aquel dicho castellano de “Amigos muy amigos, pero tu burro en la linde”. Aunque sorprende el pago por pasar por la finca, vale la pena el desembolso de la pecunia.ía de La Casa de Lino me canon-del-rio-verde-2preguntó amablemente que a qué hora iba a desayunar, noté como le cambiaba el color al responder que a las seis y media. Menos mal que estuve al quite y enseguida añadí que no hacía falta juegos de kizi que se levantara que ya tomaría algo de camino a la sierra, porque sus ojos empezaban a blanquearse y temí lo peor. La respuesta fue tan efectiva que acabamos tomando unas cervezas mano a mano. canon-del-rio-verde-3Pero la miga del asunto es otra y mi madrugón es el producto de haber quedado para poner los caminos de la sierra de Almijara con dos tipos entrañables, dos Antonios, uno conocido por el apodo de “El Patillas” que dice que trabaja para el GDR de la comarca, y me lo creo, pero si me dice que es primo de “El Tempranillo” también me lo creo; y el otro, conocido en la sierra como “El hombre tranquilo”, experto rastreador y cazador de cabras monteses y en sus ratos libres policía local de Otívar.

Tras las presentaciones en la plaza del pueblo y las inevitables miradas recelosas (tener en cuenta que vamos a pasar un montón de horas juntos trasegando por un sendero de alta dificultad, con zonas peligrosas y la incógnita de como responderá cada uno en un caso de emergencia) pasamos al bar y empiezo a notarme más persona con los primeros sorbos de café.

Ayer hizo un día de perros en la zona, el viento sopló con todas sus ganas como hacía años que no soplaba, y no lo digo yo, lo dicen los del lugar.canon-del-rio-verde-5 Y hoy parece que el día va a ser más de lo mismo porque mientras subimos por la carretera de La Cabra, mote de la GR-S02, el viento no para de azotar y los nubarrones negros no se despegan de las cumbreras de la sierra, a lo mejor hasta llueve. En el punto kilométrico 31,5 un apartadero para los coches indica el inicio de la ruta. Mientras vemos alejarse el vehículo que nos ha traído observo con preocupación como Antonio, nuestro guía rastreador, se enfunda dos forros polares y saca unos guantes; me temo que he venido un poco ligero de ropa. Bueno, siempre puedo decir como los de Bilbao, que yo hasta que no caen las primeras nevadas no me pongo la manga larga.

Pertrechados unos mejor que otros comenzamos a caminar por el sendero de la ruta del Pescado que faldea el cerro Martos en busca del barranco de los Chortales. Cuenta Antonio que por aquí subieron hasta los años 50 del siglo XX, desde Almuñecar y camino de Granada, los contrabandistas de pescado descalzos y cargados con capazos de esparto. Un terreno arisco y descarnado se abre por todos lados, con abruptas cancharreras, pedrizales y barranqueras donde medra una pobre vegetación arbustiva de romeros, lentiscos y aulagas. Algunos pinos solitarios y los tocones calcinados de otros dejan ver lo que fue la vegetación dominante de la sierra hasta hace una treintena de años, cuando se quemaron más de doce mil hectáreas de bosques que nunca se han llegado a recuperar. Un mirador natural sobre la proa de un prominente cancho nos deja ver la primera visión del río de las Chorreras y los tajos fluviales que por uno y otro lado engordan el cauce de sus aguas. El paisaje es abrumador a pesar de la tenue luz que nos dejan las panzas de burro que atenazan nuestras cabezas. Como el espinazo aserrado de un dragón las crestas de las lomas serranas se suceden en filas, dando sentido a los desfiladeros imposibles que dirigen sus quebradas hacia la gran olla del río Verde y su intersección más reconocida en la Junta de los Ríos. El primer encuentro con las aguas del río nos sorprende tras un pronunciado descenso que conduce hacia la “Chorrera de los Árboles Petrificados”, una cascada sobre piedra caliza en la que han quedado empotrados varios troncos de pino que se han petrificado por el efecto de los limos calizos que arrastran las aguas.

Antiguamente se bajaban los troncos de las cortas por el cauce del río y al llegar a este salto de agua algunos se quedaron encajados entre las grietas de la roca; el tiempo y sus efectos hicieron el resto. El descenso acumula los barrancos y sus aguas en un cada vez más caudaloso río de las Chorreras, convertido desde el encuentro de la Rambla Funes con el arroyo Madroñales en el paraíso del barranquismo andaluz. En este punto comienza el descenso barranquista más espectacular de Andalucía, con saltos de agua, pozas, cascadas y pasos encajados que hacen las delicias de los aficionados a este deporte. Como se nos ha olvidado el traje de neopreno y el día no está para meter los pies en el agua, decidimos seguir la senda que camina por la ladera contraria faldeando el cerro del Gitano hasta los puentes colgantes.

La cañada de La Adelfa será el paso que nos lleve desde las medianías del monte calé hasta las riberas del río y el gigantesco abrigo de la Cueva de los Parrizales. A partir de aquí la senda salta de un lado a otro del río a través de puentes colgantes sucediéndose las pozas y remansos de agua más fascinantes del cauce fluvial. Con un poco más de calor hubiéramos ido saltando de charcón en charcón como truchas, pero el día no está para tanto.

La Junta de los Ríos aparece ante nosotros tras el último de los puentes colgantes, que vemos pero no pisamos porque está arrancado desde las riadas de hace un par de meses. Pero esa no fue la peor riada de los últimos tiempos, porque el paraje de la Junta de los Ríos ya no es un remanso en el que proliferan los domingueros los fines de semana a comerse la tortilla y mojarse los pies. Las riadas de hace dos años se llevaron las playas fluviales, las pozas, las riberas tapizadas de hierba y la tranquilidad de un rincón idílico. El lugar a quedado convertido en una cárcava descarnada de varios metros de profundidad sin posibilidad de paso hacia el lado contrario de las aguas, por lo que nos vemos obligados a tomar una decisión drástica. Tras cinco horas de caminar juntos, compartir el bocadillo y la cerveza, y contarnos mil aventuras, unas más exageradas que otras, decidimos dar el paso definitivo que une a los hombres para siempre: quedarnos en calzoncillos.

Que conste que no había otra manera de cruzar el río sin que se mojara la ropa. El resto del camino transcurre ya por una pista forestal que desciende el río Verde por los predios de la finca de Cázulas hasta aparecer de nuevo en la carretera de La Cabra. Una taquilla y una verja en el encuentro con la carretera nos avisa de que estamos en una finca privada y el paso por ella nos cuesta cinco euros por persona.

En este punto uno se acuerda de aquel dicho castellano de “Amigos muy amigos, pero tu burro en la linde”. Aunque sorprende el pago por pasar por la finca, vale la pena el desembolso de la pecunia.