lunes, 22 de julio de 2019

CAÑÓN DEL RÍO VERDE, EL LUGAR EN DONDE DEBERÍAS ESTAR

Llevo varios años escuchando hablar sobre los juegos de friv, también sobre este río Verde granadino y de la impresionante ruta que lo persigue desde lo alto de sus nacederos hasta el paraje conocido como “Junta de los Ríos”. Aunque según me cuentan el nombre Verde no lo adquiere hasta pasada la unión de tajos y aguas donde confluyen el barranco de las Chorreras con el de la Topera. Pero antes que eso, ya se han sumado a ese espectacular corte un rosario de abruptas grietas impenetrables, como las de Chortales, del Pito, del Gitano, Cabrerizas, Madroñales y unas cuantas más de menor entidad, que van aportando sus líquidos y sus perfiles infernales para dar entidad a los paisajes más bellos y desgarrados de la sierra de Almijara.


Falta más de una hora para que amanezca, mis huesos intentan torpemente adquirir la verticalidad con la intención de ponerse en camino hasta el punto de encuentro, pero se resisten a obedecer las órdenes. Lo peor no es ponerse en marcha sino saber que no habrá desayuno, porque mi persona no es persona hasta que no se ha chutado su dosis de café y pan con aceite. Anoche cuando el dueño de la encantadora hospederLlevo varios años escuchando hablar sobre los juegos de friv, también sobre este río Verde granadino y de la impresionante ruta que lo persigue desde lo alto de sus nacederos hasta el paraje conocido como “Junta de los Ríos”. Aunque según me cuentan el nombre Verde no lo adquiere hasta pasada la unión de tajos y aguas donde confluyen el barranco de las Chorreras con el de la Topera. Pero antes que eso, ya se han sumado a ese espectacular corte un rosario de abruptas grietas impenetrables, como las de Chortales, del Pito, del Gitano, Cabrerizas, Madroñales y unas cuantas más de menor entidad, que van aportando sus líquidos y sus perfiles infernales para dar entidad a los paisajes más bellos y desgarrados de la sierra de Almijara. Falta más de una hora para que amanezca, mis huesos intentan torpemente adquirir la verticalidad con la intención de ponerse en camino hasta el punto de encuentro, pero se resisten a obedecer las órdenes. Lo peor no es ponerse en marcha sino saber que no habrá desayuno, porque mi persona no es persona hasta que no se ha chutado su dosis de café y pan con aceite. Anoche cuando el dueño de la encantadora hospedería de La Casa de Lino me preguntó amablemente que a qué hora iba a desayunar, noté como le cambiaba el color al responder que a las seis y media. Menos mal que estuve al quite y enseguida añadí que no hacía falta juegos de kizi que se levantara que ya tomaría algo de camino a la sierra, porque sus ojos empezaban a blanquearse y temí lo peor. La respuesta fue tan efectiva que acabamos tomando unas cervezas mano a mano.

Pero la miga del asunto es otra y mi madrugón es el producto de haber quedado para poner los caminos de la sierra de Almijara con dos tipos entrañables, dos Antonios, uno conocido por el apodo de “El Patillas” que dice que trabaja para el GDR de la comarca, y me lo creo, pero si me dice que es primo de “El Tempranillo” también me lo creo; y el otro, conocido en la sierra como “El hombre tranquilo”, experto rastreador y cazador de cabras monteses y en sus ratos libres policía local de Otívar. Tras las presentaciones en la plaza del pueblo y las inevitables miradas recelosas (tener en cuenta que vamos a pasar un montón de horas juntos trasegando por un sendero de alta dificultad, con zonas peligrosas y la incógnita de como responderá cada uno en un caso de emergencia) pasamos al bar y empiezo a notarme más persona con los primeros sorbos de café.

Ayer hizo un día de perros en la zona, el viento sopló con todas sus ganas como hacía años que no soplaba, y no lo digo yo, lo dicen los del lugar. Y hoy parece que el día va a ser más de lo mismo porque mientras subimos por la carretera de La Cabra, mote de la GR-S02, el viento no para de azotar y los nubarrones negros no se despegan de las cumbreras de la sierra, a lo mejor hasta llueve. En el punto kilométrico 31,5 un apartadero para los coches indica el inicio de la ruta. Mientras vemos alejarse el vehículo que nos ha traído observo con preocupación como Antonio, nuestro guía rastreador, se enfunda dos forros polares y saca unos guantes; me temo que he venido un poco ligero de ropa. Bueno, siempre puedo decir como los de Bilbao, que yo hasta que no caen las primeras nevadas no me pongo la manga larga.

Pertrechados unos mejor que otros comenzamos a caminar por el sendero de la ruta del Pescado que faldea el cerro Martos en busca del barranco de los Chortales. Cuenta Antonio que por aquí subieron hasta los años 50 del siglo XX, desde Almuñecar y camino de Granada, los contrabandistas de pescado descalzos y cargados con capazos de esparto. Un terreno arisco y descarnado se abre por todos lados, con abruptas cancharreras, pedrizales y barranqueras donde medra una pobre vegetación arbustiva de romeros, lentiscos y aulagas. Algunos pinos solitarios y los tocones calcinados de otros dejan ver lo que fue la vegetación dominante de la sierra hasta hace una treintena de años, cuando se quemaron más de doce mil hectáreas de bosques que nunca se han llegado a recuperar. Un mirador natural sobre la proa de un prominente cancho nos deja ver la primera visión del río de las Chorreras y los tajos fluviales que por uno y otro lado engordan el cauce de sus aguas. El paisaje es abrumador a pesar de la tenue luz que nos dejan las panzas de burro que atenazan nuestras cabezas. Como el espinazo aserrado de un dragón las crestas de las lomas serranas se suceden en filas, dando sentido a los desfiladeros imposibles que dirigen sus quebradas hacia la gran olla del río Verde y su intersección más reconocida en la Junta de los Ríos.

El primer encuentro con las aguas del río nos sorprende tras un pronunciado descenso que conduce hacia la “Chorrera de los Árboles Petrificados”, una cascada sobre piedra caliza en la que han quedado empotrados varios troncos de pino que se han petrificado por el efecto de los limos calizos que arrastran las aguas. Antiguamente se bajaban los troncos de las cortas por el cauce del río y al llegar a este salto de agua algunos se quedaron encajados entre las grietas de la roca; el tiempo y sus efectos hicieron el resto. El descenso acumula los barrancos y sus aguas en un cada vez más caudaloso río de las Chorreras, convertido desde el encuentro de la Rambla Funes con el arroyo Madroñales en el paraíso del barranquismo andaluz. En este punto comienza el descenso barranquista más espectacular de Andalucía, con saltos de agua, pozas, cascadas y pasos encajados que hacen las delicias de los aficionados a este deporte. Como se nos ha olvidado el traje de neopreno y el día no está para meter los pies en el agua, decidimos seguir la senda que camina por la ladera contraria faldeando el cerro del Gitano hasta los puentes colgantes.

La cañada de La Adelfa será el paso que nos lleve desde las medianías del monte calé hasta las riberas del río y el gigantesco abrigo de la Cueva de los Parrizales. A partir de aquí la senda salta de un lado a otro del río a través de puentes colgantes sucediéndose las pozas y remansos de agua más fascinantes del cauce fluvial. Con un poco más de calor hubiéramos ido saltando de charcón en charcón como truchas, pero el día no está para tanto. La Junta de los Ríos aparece ante nosotros tras el último de los puentes colgantes, que vemos pero no pisamos porque está arrancado desde las riadas de hace un par de meses. Pero esa no fue la peor riada de los últimos tiempos, porque el paraje de la Junta de los Ríos ya no es un remanso en el que proliferan los domingueros los fines de semana a comerse la tortilla y mojarse los pies. Las riadas de hace dos años se llevaron las playas fluviales, las pozas, las riberas tapizadas de hierba y la tranquilidad de un rincón idílico. El lugar a quedado convertido en una cárcava descarnada de varios metros de profundidad sin posibilidad de paso hacia el lado contrario de las aguas, por lo que nos vemos obligados a tomar una decisión drástica.

Tras cinco horas de caminar juntos, compartir el bocadillo y la cerveza, y contarnos aventuras, unas más exageradas que otras, decidimos dar el paso definitivo que une a los hombres para siempre: quedarnos en calzoncillos. Que conste que no había otra manera de cruzar el río sin que se mojara la ropa. El resto del camino transcurre ya por una pista forestal que desciende el río Verde por los predios de la finca de Cázulas hasta aparecer de nuevo en la carretera de La Cabra. Una taquilla y una verja en el encuentro con la carretera nos avisa de que estamos en una finca privada y el paso por ella nos cuesta cinco euros por persona.

En este punto uno se acuerda de aquel dicho castellano de “Amigos muy amigos, pero tu burro en la linde”. Aunque sorprende el pago por pasar por la finca, vale la pena el desembolso de la pecunia.ía de La Casa de Lino me canon-del-rio-verde-2preguntó amablemente que a qué hora iba a desayunar, noté como le cambiaba el color al responder que a las seis y media. Menos mal que estuve al quite y enseguida añadí que no hacía falta juegos de kizi que se levantara que ya tomaría algo de camino a la sierra, porque sus ojos empezaban a blanquearse y temí lo peor. La respuesta fue tan efectiva que acabamos tomando unas cervezas mano a mano. canon-del-rio-verde-3Pero la miga del asunto es otra y mi madrugón es el producto de haber quedado para poner los caminos de la sierra de Almijara con dos tipos entrañables, dos Antonios, uno conocido por el apodo de “El Patillas” que dice que trabaja para el GDR de la comarca, y me lo creo, pero si me dice que es primo de “El Tempranillo” también me lo creo; y el otro, conocido en la sierra como “El hombre tranquilo”, experto rastreador y cazador de cabras monteses y en sus ratos libres policía local de Otívar.

Tras las presentaciones en la plaza del pueblo y las inevitables miradas recelosas (tener en cuenta que vamos a pasar un montón de horas juntos trasegando por un sendero de alta dificultad, con zonas peligrosas y la incógnita de como responderá cada uno en un caso de emergencia) pasamos al bar y empiezo a notarme más persona con los primeros sorbos de café.

Ayer hizo un día de perros en la zona, el viento sopló con todas sus ganas como hacía años que no soplaba, y no lo digo yo, lo dicen los del lugar.canon-del-rio-verde-5 Y hoy parece que el día va a ser más de lo mismo porque mientras subimos por la carretera de La Cabra, mote de la GR-S02, el viento no para de azotar y los nubarrones negros no se despegan de las cumbreras de la sierra, a lo mejor hasta llueve. En el punto kilométrico 31,5 un apartadero para los coches indica el inicio de la ruta. Mientras vemos alejarse el vehículo que nos ha traído observo con preocupación como Antonio, nuestro guía rastreador, se enfunda dos forros polares y saca unos guantes; me temo que he venido un poco ligero de ropa. Bueno, siempre puedo decir como los de Bilbao, que yo hasta que no caen las primeras nevadas no me pongo la manga larga.

Pertrechados unos mejor que otros comenzamos a caminar por el sendero de la ruta del Pescado que faldea el cerro Martos en busca del barranco de los Chortales. Cuenta Antonio que por aquí subieron hasta los años 50 del siglo XX, desde Almuñecar y camino de Granada, los contrabandistas de pescado descalzos y cargados con capazos de esparto. Un terreno arisco y descarnado se abre por todos lados, con abruptas cancharreras, pedrizales y barranqueras donde medra una pobre vegetación arbustiva de romeros, lentiscos y aulagas. Algunos pinos solitarios y los tocones calcinados de otros dejan ver lo que fue la vegetación dominante de la sierra hasta hace una treintena de años, cuando se quemaron más de doce mil hectáreas de bosques que nunca se han llegado a recuperar. Un mirador natural sobre la proa de un prominente cancho nos deja ver la primera visión del río de las Chorreras y los tajos fluviales que por uno y otro lado engordan el cauce de sus aguas. El paisaje es abrumador a pesar de la tenue luz que nos dejan las panzas de burro que atenazan nuestras cabezas. Como el espinazo aserrado de un dragón las crestas de las lomas serranas se suceden en filas, dando sentido a los desfiladeros imposibles que dirigen sus quebradas hacia la gran olla del río Verde y su intersección más reconocida en la Junta de los Ríos. El primer encuentro con las aguas del río nos sorprende tras un pronunciado descenso que conduce hacia la “Chorrera de los Árboles Petrificados”, una cascada sobre piedra caliza en la que han quedado empotrados varios troncos de pino que se han petrificado por el efecto de los limos calizos que arrastran las aguas.

Antiguamente se bajaban los troncos de las cortas por el cauce del río y al llegar a este salto de agua algunos se quedaron encajados entre las grietas de la roca; el tiempo y sus efectos hicieron el resto. El descenso acumula los barrancos y sus aguas en un cada vez más caudaloso río de las Chorreras, convertido desde el encuentro de la Rambla Funes con el arroyo Madroñales en el paraíso del barranquismo andaluz. En este punto comienza el descenso barranquista más espectacular de Andalucía, con saltos de agua, pozas, cascadas y pasos encajados que hacen las delicias de los aficionados a este deporte. Como se nos ha olvidado el traje de neopreno y el día no está para meter los pies en el agua, decidimos seguir la senda que camina por la ladera contraria faldeando el cerro del Gitano hasta los puentes colgantes.

La cañada de La Adelfa será el paso que nos lleve desde las medianías del monte calé hasta las riberas del río y el gigantesco abrigo de la Cueva de los Parrizales. A partir de aquí la senda salta de un lado a otro del río a través de puentes colgantes sucediéndose las pozas y remansos de agua más fascinantes del cauce fluvial. Con un poco más de calor hubiéramos ido saltando de charcón en charcón como truchas, pero el día no está para tanto.

La Junta de los Ríos aparece ante nosotros tras el último de los puentes colgantes, que vemos pero no pisamos porque está arrancado desde las riadas de hace un par de meses. Pero esa no fue la peor riada de los últimos tiempos, porque el paraje de la Junta de los Ríos ya no es un remanso en el que proliferan los domingueros los fines de semana a comerse la tortilla y mojarse los pies. Las riadas de hace dos años se llevaron las playas fluviales, las pozas, las riberas tapizadas de hierba y la tranquilidad de un rincón idílico. El lugar a quedado convertido en una cárcava descarnada de varios metros de profundidad sin posibilidad de paso hacia el lado contrario de las aguas, por lo que nos vemos obligados a tomar una decisión drástica. Tras cinco horas de caminar juntos, compartir el bocadillo y la cerveza, y contarnos mil aventuras, unas más exageradas que otras, decidimos dar el paso definitivo que une a los hombres para siempre: quedarnos en calzoncillos.

Que conste que no había otra manera de cruzar el río sin que se mojara la ropa. El resto del camino transcurre ya por una pista forestal que desciende el río Verde por los predios de la finca de Cázulas hasta aparecer de nuevo en la carretera de La Cabra. Una taquilla y una verja en el encuentro con la carretera nos avisa de que estamos en una finca privada y el paso por ella nos cuesta cinco euros por persona.

En este punto uno se acuerda de aquel dicho castellano de “Amigos muy amigos, pero tu burro en la linde”. Aunque sorprende el pago por pasar por la finca, vale la pena el desembolso de la pecunia.

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