lunes, 22 de julio de 2019

LA CAMPIÑA SUR MÁS MEDIEVAL

Ha surgido un cambio en el paisaje. La Campiña Sur cordobesa que me recibe, todavía no ha sido conquistada por el avance de los olivos como ocurre en las comarcas de alrededor. Me imagino que los nuevos olivareros tendrán claro la problemática ambiental y social de los monocultivos.

Esta es tierra de vinos de la Denominación de Origen Montilla-Moriles y las viñas se suceden por uno y otro lado de la carretera. Pero de los vinos y su mundo os hablaré mañana que me iré de vendimia, si es que queda algo que vendimiar. Hoy voy de capa y espada, con el yelmo bien ajustado en busca de princesas que rescatar por esos castillos de la Campiña medieval.

Parto temprano de casa de Doña Aldonza (de nominación muy medieva), apostada en un cruce de caminos entre las muy leales villas de Santaella y La Rambla, donde han tenido a bien darme alcoba esta noche y me han agasajado con las viandas de su cocina. Aunque el caballo que llevo es viejo y un poco malencarado está curtido en muchas batallas y su paso es firme camino del castillo de Santaella. En la plaza del pueblo atisbo la torre del homenaje y a juzgar por las ventanas creo que no hay nadie en casa. Pregunto a un caballero armado y con gorra, que debe ser de la guarnición local, y me cuenta que el castillo fue construido entre los siglos XIV y XV sobre una antigua fortaleza ibero-romana, pero que las disputas nobiliarias lo han dejado un poco ruinoso. Conserva en el interior del patio de armas los aljibes que dieron de beber a Don Gonzalo Fernández de Córdoba, el archifamoso Gran Capitán, cuando en su juventud moró en estos recintos fortificados. El paseo del Adarve o lo que queda de él, que en estos momentos está siendo restaurado para el mejor caminar de los viajeros que quieran por aquí curiosear, conserva parte de las murallas que defendían la villa y unas vistas excepcionales sobre las tierras cultivadas que protegía el castillo.

Satisfecho con la visita tomo rumbo norte hacia Montemayor donde me han informado que el castillo está habitado, aunque no me aseguran que la princesa este en casa. Tras un corto paseo de unas cuantas leguas remonto las últimas cuestas hasta los pies del castillo. ¡Que sorpresa! Esta enterito y en perfecto estado de conservación. Aunque es pequeño tiene de todo: torres, almenas, garitas, jardines, adarve, aljibes,… es una auténtica fortaleza feudal. Me cuentan que pertenece a la Duquesa de Frías y que no quiere ser rescatada, así que no permite las visitas de forasteros. Se le conoce como castillo de Martín Alonso de Córdoba, por ser él quién lo construyó en el siglo XIV saqueando los materiales de la antigua fortaleza musulmana de Dos Hermanas que había destruido con anterioridad. Sus tres torres, la del Homenaje, la Mocha y la de las Palomas resaltan por encima de la villa de Montemayor, un pueblo-fortaleza surgido alrededor de su castillo.

La primera media mañana ha llovido a ratos, pero los cielos se abren al llegar a Montilla y los sonidos que oigo no son de la tormenta lejana, es la hora de la pitanza y mis tripas lo saben. Tras una, dos, tres y hasta cuatro vueltas busco desesperado un lugar donde comer. Motilla es el pueblo más grande de la comarca, pero tiene pocos restaurantes y todos están cerrados, los unos por el final de la Fiesta de la Vendimia y los otros por ser lunes (mal día el lunes para casi todo). Por fin en una taberna encuentro salmorejo y huevos revueltos, que no están nada mal.

Tras el receso gastronómico camino sin pérdida por el centro de la villa hacia lo más alto, lugar donde se emplaza el castillo por esa vieja costumbre de la rancia nobleza de poner su morada donde mejor corra el aire. Dicen que en esta fortaleza nació Gonzalo Fernández de Córdoba, el mismo que pasó su juventud en Santaella. Pero, ¡Oh sorpresa!, cuando llego a al puerta del recinto escucho tronar máquinas y camiones. Todo el emplazamiento está en obras y un enorme cartel en la puerta prohibe la entrada a la obra. Ni siquiera me admiten el yelmo como casco reglamentario para pasar un poco.

Al no ver ni torres ni almenas hago unas locuaces preguntas a la jefa de obra y averiguo que en el lugar de la vieja fortaleza se construyeron unos graneros en el siglo XVIII. ¡Si el Gran Capitán levantara la cabeza! Cabizbajo doy una vuelta por los alrededores y me encuentro con la iglesia de San Agustín y el convento de Santa Clara, que son muy interesantes a pesar de que los cenobios religiosos me tiran menos.

En Monturque sobrevive la torre del Homenaje de lo que fue un castillo roquero alzado en la cima de un monte. Alrededor creció con el tiempo el pueblo blanco y estrecho que hoy cuida de la torre entre sus impolutas calles y plazas. Las crónicas históricas ya hablan de una alcazaba árabe en este mismo lugar, conquistada por Fernando III el Santo para la corona de Castilla en el año 1240. También cuentan que allá por el 1333 Gonzalo Yáñez de Aguilar era señor del castillo y que desde aquí guerreaba contra los cristianos puesto al servicio del rey de Granada. En todos los tiempos ha habido tránsfugas.

La joya del pueblo la he descubierto sin querer muy cerca de la torre, en el mismo cementerio del pueblo. Otro día os hablaré de mi afición por los cementerios. Se trata de unas Cisternas Romanas declaradas por votación popular entre las siete maravillas de la provincia de Córdoba. Solo permiten visitas por la mañana, así que tendré que volver otro día.

En Moriles ni siquiera encuentro el castillo. Sospecho que no debe quedar mucho de él.
Mi último destino es el castillo de Anzur, situado en lo alto de un olivar muy cerca de Puente Genil. Con las últimas luces de la tarde llego a las cercanías de la fortaleza y la encuentro también en obras, rodeada de andamios. Vaya chasco, porque tenía una foto preciosa asomando por encima de los olivos mientras se apagaban las últimas luces del cielo.
Esta tierra de frontera es pródiga en castillos medievales y cuando terminen sus obras de restauración se convertirá en una de las rutas más bellas de la comarca.

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